13.6.09
Palacio de Itamaraty, Oscar Niemeyer, Brasilia
Los mismos temas de la selva se repiten en la arquitectura de Niemeyer: la pueblan quillas gigantes de barcos cargueros, la forma oblonga y alargada de las canoas, las membranas de plástico plegable/enroscable de las cubiertas de barco, las fachadas de los botes, el reflejo vivo sobre las superficies de agua, las columnas forestales, los horizontes verdes, la delgadez de las ramas que proveen celosías… la Modernidad de Niemeyer es otra modernidad, su cultura es la cultura de la selva; su civilización, la Civilización del Amazonas: grande, irreductible, impredecible, e irreverente de sinuosidades como sus bosques y sus aguas: una cultura que rinde continuo culto a lo femenino.
Me da su pan caliente, con orgullo, oruga que enrosca manos en harina, harina en agua de mar: flores de oruga tierra, sus cinturas bailan en las hojas de mi lengua, transformanse en mariposas pintadas de canto a lo elemental: pan, familia, lluvia, río.
Con harina escribe churos, enrosca el abrazo tibio de la vida. Gozo supremo el pan básico.
Con harina escribe churos, enrosca el abrazo tibio de la vida. Gozo supremo el pan básico.
Me he quedado sin interlocutor, sin corresponsal, y sin correspondencia. Me he quedado quedada en su ausencia, de presencias insistentes, como toqueteos de imagen que no queremos recordar, como chapuzón de Leticia que llega fuerte, se desprende cúbico, se recoge cual cortina automática y se va para desmoronarse en aristas verticales de mundo cartesiano, en la misma ciudad, luego de algunos días, de la misma manera cubo-cúbico-se-da-la-vuelta; se vacía, no vuelve a verterse, sin volverse a llenar.
El foco de mi mirada sondea inquieto, en conos de cisternas angulares, mares negros de forestas más negras. Se cruzan por sus conos colores fugaces, miradas breves, pantalones de pierna azul. Las desapariciones de apariciones como arco iris fracturados en huesecillos, incitan el nerviosismo de los conos de mi ojo, mis ojos, que se multiplican en cámaras de fotos y vídeos, en proyectores magenta de teatros oscuros, imposible fijarlos en totalidad alguna: fragmentos, haces de luz, huellas nubladas de pasos, de viene y va… si pudiera encenderse el cielo entero. Mientras tanto, mi mirada no es más que relámpago de cielo purpúreo, apertura rasgada de obturador lineal… y miro, miro, miro… observo sin penetrar otra cosa que no sean las negruras y sus velos de espada fugaz.
El ayer de ayer no puede capturarse: navegamos entre dos mantos negros y especulares encendidos por la luna.
Saliva lunar, vómito de plata, escarcha densa, cascada de peces de luces en el río-mar: se desparraman como los trocitos de metal colgando de hilos de pescar desde la linterna en la capilla de Eero Saarinen.
En este mundo de micro-verticalidades y macro-horizontalidades, el alma se recuesta quieta, para erizarse en espinillas suaves de fruta, hacia las huellas en el firmamento, las contrahuellas del río mar.
Todo fluye, todo bate, todo fluctúa.
Sabor de seda.
Este mundo específico está cargado de agua pero no sabe a mar. Su aire no es salino, ni sus peces, ni sus delfines. Aquí todo es hoja en descomposición, barro, tierra líquida, olor a cueva y vertiente subterránea, lavado suave de embadurnamientos, vegetal que se ha hecho mineral, para tragarse a sí mismo y proveerse una capa de sustento, larga y delgada, como la cáscara arenosa sobre el cuesco, el cuesco sobre el fuego…
Atracan las lanchas paralelas a la costa, o perpendiculares.
Saliva lunar, vómito de plata, escarcha densa, cascada de peces de luces en el río-mar: se desparraman como los trocitos de metal colgando de hilos de pescar desde la linterna en la capilla de Eero Saarinen.
En este mundo de micro-verticalidades y macro-horizontalidades, el alma se recuesta quieta, para erizarse en espinillas suaves de fruta, hacia las huellas en el firmamento, las contrahuellas del río mar.
Todo fluye, todo bate, todo fluctúa.
Sabor de seda.
Este mundo específico está cargado de agua pero no sabe a mar. Su aire no es salino, ni sus peces, ni sus delfines. Aquí todo es hoja en descomposición, barro, tierra líquida, olor a cueva y vertiente subterránea, lavado suave de embadurnamientos, vegetal que se ha hecho mineral, para tragarse a sí mismo y proveerse una capa de sustento, larga y delgada, como la cáscara arenosa sobre el cuesco, el cuesco sobre el fuego…
Atracan las lanchas paralelas a la costa, o perpendiculares.
Nos alejamos de Pevas, en el David Dennis, una ‘lancha’ más pequeña y acogedora. Por fin puedo balancearme sobre la hamaca y leer; escribir; dejarme acarrear, sin moverme, por la brisa; a los lugares remotos de la imaginación que el Amazonas engendra y atiza con cada ola.
El calor se condensa, se contrae sobre nuestras espaldas, la brisa lo expande entre ropas y pieles, lo disipa con fuerza transversal.
La selva ha sufrido de un enanismo.
¿Qué es orgullo sudamericano?
¿Visión conjunta?
Nos aproximamos a la costa de tanto en tanto, bajo el patrón típico de paradas fluviales, beso a beso, que comenzó en el Napo.
Todos duermen.
Yo discurro a la deriva de la energía filuda que me traen las lunas llenas, cuando las mareas rojas de mi cuerpo comienzan a chocar contra los acantilados de los huesos, las caderas se descalabran, y un mar de vida se va, memoria de esperanza entre las piernas.
Se me descuajan también la mente y las manos.
El calor se condensa, se contrae sobre nuestras espaldas, la brisa lo expande entre ropas y pieles, lo disipa con fuerza transversal.
La selva ha sufrido de un enanismo.
¿Qué es orgullo sudamericano?
¿Visión conjunta?
Nos aproximamos a la costa de tanto en tanto, bajo el patrón típico de paradas fluviales, beso a beso, que comenzó en el Napo.
Todos duermen.
Yo discurro a la deriva de la energía filuda que me traen las lunas llenas, cuando las mareas rojas de mi cuerpo comienzan a chocar contra los acantilados de los huesos, las caderas se descalabran, y un mar de vida se va, memoria de esperanza entre las piernas.
Se me descuajan también la mente y las manos.
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