(Fotografías: Ana María Durán)
(Fotografía: Manuel Mansylla)
Las arenas de los Andes, el río de los glaciares –las hojas, los ojos, de la selva.
¿Cuántos organismos nos miran?
¿Cuántos nos sostienen?
Cruzan, incesantes, los camiones y las volquetas sobre el puente que une al Coca con Dayuma (vía Auca) (vía Tigüino).
Hay motos frescas, bicicletas inquietas, con la lengua afuera, rotaciones automáticas -como las revoluciones del sol: inconscientes– regresan, de giro en giro, trazando cordones negativos, rugosos, sobre el fango.
Cruza gente sobre el puente. Van familias, regresan parejas, silban los motores, van y vienen carretas (rick-shaws), volquetas de piedras y polvos –inmensos anuncios móviles de la construcción que se implanta del otro lado. Se abre paso el mineral entre las hierbas monumentales de la selva.
El Amazonas es una ecología monumental.
Habría que mirar la taxonomía de los parques: sus títulos y dimensiones; detenerse en las tipologías del verde, para regresar, sentarse frente al río, o de canto a su corriente, mirar los sedimentos arrastrarse testarudos desde el panorama de un océano hasta los hondos fangos de otro… preguntarse por las construcciones sinuosas del barro, los meandros irreverentes del agua, que asestan y re-escriben la acuarela imborrable de su geografía, como sierpes de caligrafías inestables e inquietas.
Continúan silbando, en soplido lento, los camiones: de un lado al otro, cruzan ambi-direccionales la cerbatana del puente: se disparan hacia conquistas remotas; remuerden los árboles, le clavan los dientes de sus orugas gigantes a la yugular del Napo. Y me pregunto: ¿Es esta una invasión? ¿Es una guerra? O es simplemente un flujo, una interacción, un conflicto más en el corazón de la acción y la catarsis. Energía. Fuego. Roja propulsión en medio de los ruidos, los tremores y las sierras. Los motores fuera de borda. Rojo el centro palpitante, pululante, de mi pecho. El mico detrás, saltando entre las ramas de unos árboles de parque erigidos/erguidos por el municipio que ha diseñado el micro-malecón. Micros de macros que se reproducen como clubes de Internet, pixelándose en las costas como un mosaico de especulaciones geográficas.
La era del malecón.
¿Cuántos organismos nos miran?
¿Cuántos nos sostienen?
Cruzan, incesantes, los camiones y las volquetas sobre el puente que une al Coca con Dayuma (vía Auca) (vía Tigüino).
Hay motos frescas, bicicletas inquietas, con la lengua afuera, rotaciones automáticas -como las revoluciones del sol: inconscientes– regresan, de giro en giro, trazando cordones negativos, rugosos, sobre el fango.
Cruza gente sobre el puente. Van familias, regresan parejas, silban los motores, van y vienen carretas (rick-shaws), volquetas de piedras y polvos –inmensos anuncios móviles de la construcción que se implanta del otro lado. Se abre paso el mineral entre las hierbas monumentales de la selva.
El Amazonas es una ecología monumental.
Habría que mirar la taxonomía de los parques: sus títulos y dimensiones; detenerse en las tipologías del verde, para regresar, sentarse frente al río, o de canto a su corriente, mirar los sedimentos arrastrarse testarudos desde el panorama de un océano hasta los hondos fangos de otro… preguntarse por las construcciones sinuosas del barro, los meandros irreverentes del agua, que asestan y re-escriben la acuarela imborrable de su geografía, como sierpes de caligrafías inestables e inquietas.
Continúan silbando, en soplido lento, los camiones: de un lado al otro, cruzan ambi-direccionales la cerbatana del puente: se disparan hacia conquistas remotas; remuerden los árboles, le clavan los dientes de sus orugas gigantes a la yugular del Napo. Y me pregunto: ¿Es esta una invasión? ¿Es una guerra? O es simplemente un flujo, una interacción, un conflicto más en el corazón de la acción y la catarsis. Energía. Fuego. Roja propulsión en medio de los ruidos, los tremores y las sierras. Los motores fuera de borda. Rojo el centro palpitante, pululante, de mi pecho. El mico detrás, saltando entre las ramas de unos árboles de parque erigidos/erguidos por el municipio que ha diseñado el micro-malecón. Micros de macros que se reproducen como clubes de Internet, pixelándose en las costas como un mosaico de especulaciones geográficas.
La era del malecón.
Y siguen cruzando los camiones, naranjas, rojos, blancos, amarillos…buses Baños, trans., cía., dos ruedas, dos hombres. La palanca de las volquetas ansiosa por verter su carga, desparramar su peso sobre el fundamento de la tierra.
Bajo las losas que se vuelcan hacia el río, el desembarcadero donde atracan deslizadores, canoas y barcos largos como los ríos que surcan, barcos troncosos… como desolladuras de selva: vaciadas de savia, su vaina se llena de semillas nerviosas con colores de advertencia.
Se desgranan las cajas de alimentos; se desparraman los chalecos salvavidas, las camisetas azules, blancas, negras, amarillas, los pantalones rosados.
La comida viene de tan lejos.
La gente viene de tan lejos
-de tan cerca.
Nunca se fueron.
Se van.
Ellos llegan. Vienen. Se vuelven a ir.
Se quedan.
Y el río hace otro tanto, mientras crece el moho para cubrir por completo el muro que intenta fijar su curso, volviéndose cost(r)a.
Bajo las losas que se vuelcan hacia el río, el desembarcadero donde atracan deslizadores, canoas y barcos largos como los ríos que surcan, barcos troncosos… como desolladuras de selva: vaciadas de savia, su vaina se llena de semillas nerviosas con colores de advertencia.
Se desgranan las cajas de alimentos; se desparraman los chalecos salvavidas, las camisetas azules, blancas, negras, amarillas, los pantalones rosados.
La comida viene de tan lejos.
La gente viene de tan lejos
-de tan cerca.
Nunca se fueron.
Se van.
Ellos llegan. Vienen. Se vuelven a ir.
Se quedan.
Y el río hace otro tanto, mientras crece el moho para cubrir por completo el muro que intenta fijar su curso, volviéndose cost(r)a.