30.11.08

El cono de luz de las linternas barre el río cuyo campo sembrado de sombras se abre ante el barco: de un lado hacia el otro, en un halo que enciende una línea difuminada sobre el agua… qué buscan? Troncos, obstáculos, anuncios. Atentos. Este bote no duerme. Recibe señales contrarias y atraca. Se encienden, antorchas, todas las luces de la proa, iluminando a pequeños paquetes de gente que salen con sus productos a recibir la visita: la luz blanca los ilumina de lleno: actores en su anfiteatro natural, fosforescentes, como troncos de ceibo, y los pequeños claros en la selva se convierten en escenarios del comercio: personajes fellinianos a los que retrató Herzog. El alarido de un cerdo rasga la recua, los colores de las camisetas vibran en coreografías dantescas cuando los proyectiles les dan brochazos de luz, las canastas que sirven de jaula a las gallinas se expanden en halos de plumas, como flores soplables, que se deshacen bajo la fuerza del viento, para dejar las carnes expuestas, la crudeza abierta, el grotesco supermercado de verdades dichas enteras. En la Amazonia todo es como es, monotonía impredecible, misterio lleno de sorpresas incalculables.