20.12.08

El mercado es una flor carnívora, carnosa, medusa gigante que engulle en su humedad todo lo vivo y todo lo muerto; en burbujas –salchicha engordada de pastos y especies, cueros peludos de alarido lejano y piso de metal resbaloso; paralelo al múltiple converger de los ríos y brazos, se concentra –con las aguas- en Iquitos, verdes, colores, importaciones, CDs, celulares –sedimentaciones comerciales que se acumulan con igual premura que los lodos acarreados por caudales microscópicos y gigantes: trituran, poco a poco, pulverizan, engullen, como hacían los indios huaorani –según cuenta mi abuelo Jorge- con las cabezas enemigas, decapitadas, encogidas en trofeos colgantes de una selva guerrera y compleja. Le extraían los huesos al cráneo, luego de triturarlos, para rellenarlos con arena negra –¡cuánta historia se pierde, cuánto saber! Historias de aperturas primeras y difíciles; de grosores que se diluyen y compuertas que se dilatan hasta explotar.
La selva está, entre otras cosas, militarizada.
Hoy, domingo por la mañana, hubo desfile de patas de palo, pendulares y tiesas, como en Cabo Pantoja, como todos los domingos a lo largo y ancho del Perú: y hubo trompetas y clarinetes y trombones de luces musicales.