9.12.08


La carga y la descarga; la luna que se llena y se vacía: el río pulsa, venoso de ira, el río pulsa con el coraje de la Charpentier.
El río le corre por dentro. Se le ha metido a la carne durante las noche de navegación solitaria por el Napo, el Curaray, el Amazonas. Sangre lodosa; sangre de barro que fluye lenta, en palpitaciones de paciencia fluvial. Seis hijos la llenaron. Seis la vaciaron. De tres maridos, aunque acumuló seis. Mujer seis, dejó la religión cuando se encauzaba por las luchas del adventismo, y las preocupaciones trascendentales del séptimo día como día seis, para comerciar en las aguas morenas, verdosas, de este río en cuyas costas no estudian las mujeres –no estudia casi nadie. Su padre no firmó el permiso de partida a Lima cuando la esperaba la Facultad de Medicina –sustituta del seminario. No esperó a los 18 para irse sin necesidad de firmas. Desde entonces se dedica al comercio, “al contrabando”, según sus palabras, de madera, charapas, loros, monos, tucanes y papagayos. Desde que le dijeron que ese no era oficio para mujeres, es hombre-mujer: dejó su religión, abandonó su vocación de médico… le hubiera gustado ser pintora o militar, porque es “atrevida”. "Eres una diabla", le dicen los hombres del barco. "El hombre es una costilla del diablo, entonces", les responde ella.