13.6.09

El ayer de ayer no puede capturarse: navegamos entre dos mantos negros y especulares encendidos por la luna.
Saliva lunar, vómito de plata, escarcha densa, cascada de peces de luces en el río-mar: se desparraman como los trocitos de metal colgando de hilos de pescar desde la linterna en la capilla de Eero Saarinen.
En este mundo de micro-verticalidades y macro-horizontalidades, el alma se recuesta quieta, para erizarse en espinillas suaves de fruta, hacia las huellas en el firmamento, las contrahuellas del río mar.
Todo fluye, todo bate, todo fluctúa.

Sabor de seda.

Este mundo específico está cargado de agua pero no sabe a mar. Su aire no es salino, ni sus peces, ni sus delfines. Aquí todo es hoja en descomposición, barro, tierra líquida, olor a cueva y vertiente subterránea, lavado suave de embadurnamientos, vegetal que se ha hecho mineral, para tragarse a sí mismo y proveerse una capa de sustento, larga y delgada, como la cáscara arenosa sobre el cuesco, el cuesco sobre el fuego…

Atracan las lanchas paralelas a la costa, o perpendiculares.