13.6.09

Nos alejamos de Pevas, en el David Dennis, una ‘lancha’ más pequeña y acogedora. Por fin puedo balancearme sobre la hamaca y leer; escribir; dejarme acarrear, sin moverme, por la brisa; a los lugares remotos de la imaginación que el Amazonas engendra y atiza con cada ola.
El calor se condensa, se contrae sobre nuestras espaldas, la brisa lo expande entre ropas y pieles, lo disipa con fuerza transversal.
La selva ha sufrido de un enanismo.
¿Qué es orgullo sudamericano?
¿Visión conjunta?
Nos aproximamos a la costa de tanto en tanto, bajo el patrón típico de paradas fluviales, beso a beso, que comenzó en el Napo.
Todos duermen.
Yo discurro a la deriva de la energía filuda que me traen las lunas llenas, cuando las mareas rojas de mi cuerpo comienzan a chocar contra los acantilados de los huesos, las caderas se descalabran, y un mar de vida se va, memoria de esperanza entre las piernas.
Se me descuajan también la mente y las manos.